miércoles, 14 de septiembre de 2011

DESCONEXIÓN


 He estado unos días por Amsterdam y uno de los detalles más curiosos del viaje fue el apartamento dónde nos alojamos. No era un apartamento destinado a que la gente lo alquilase, ¡era un apartamento donde vivía una persona! Podías ojear su colección de discos DVDS, libros, alguna foto (no todas porque determinadas estanterías estaban tapadas con sabanas cuidadosamente grapadas) e incluso habían cosas en la nevera (que sospecho eran de otros ocupantes de la casa). También todos los armarios estaban cerrados a falta de llave y había una puerta misteriosa que no se abría. Todo esto, junto con la inclinada y estrecha escalera, que usábamos para atravesar la oscuridad que nos llevaba al piso, hacían de nuestro alojamiento un escenario más que digno para rodar una historia de terror.


No sé si durante la noche, la puerta secreta se abrió y de ella salió el cadáver de una quinceañera emo morena reptando a cuatro patas dispuesta a matarnos de un susto porque llegábamos tan deshechos de caminar que apenas tocar la cama me quedaba frito (todo a pesar del considerable repelús que daba dormir allí).

El único testimonio de que no nos encontrábamos de ocupas en Amsterdam y en cualquier momento iban a  entrar por la puerta los verdaderos dueños del hogar era un libro de visitas en el que se nos pedía dejásemos algo escrito.  Una persona una vez me dijo que tengo la suerte de que me guste dibujar, ya que siempre que tenga un lápiz y un pedazo de papel no me voy a aburrir. Nada más cierto, mientras esperaba a que el resto se arreglase me dispuse con el boli a dejarle ese pequeño garabato que ilustra esta entrada. El dibujo es irónico, ya que retraté un bonsái a tamaño gigante (o a nosotros a tamaño liliputiense) y  puse un enorme sol como un limón en el cielo. Un sol que brilló por su ausencia durante todo el viaje pero que no evitó que pudiéramos disfrutar de una ciudad tan bonita como ésta. 


sábado, 3 de septiembre de 2011

ALAS NEGRAS XVI: TELÓN

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El Monstruo ya no existía. Las fuerzas abandonaban a Harriet pero tenía suficiente energía para sonreír una última vez.
—Gracias, Tomeu.
—No me las des. Quería ponerme al día contigo y el muy capullo no paraba de parlotear jilipolleces. No me ha quedado otra que pegarle un tiro.
Harriet, a pesar de los dolores, soltó una carcajada.
—Vale, luego habrá tiempo para charrar —dijo Tomeu—. Ahora tenemos que irnos, hay que llevarte a un hosp…
—Tomeu, no. —Harriet continuaba con su manía de interrumpirle—. Yo me quedo, no creo que pueda recorrer la distancia que nos separa a la puerta, ni mucho menos llegar al hospital. Pero tú debes irte, tú debes vivir. Márchate, por favor.
La pena le ahogaba, las lágrimas mojaban sus mejillas y se mezclaban con el agua de los aspersores. Sabía que iba a morir, la magia de las alas había desaparecido. Verona se lo había dejado bien claro. Aquel tatuaje le cubriría con un manto de oscuridad que la ocultaría de todo aquel capaz de hacerle daño —y resultaba que Tomeu era la única persona incapaz de dañarla, ¡maldito juego de palabras!—, pero en el momento que alguien la alcanzase el hechizo quedaría roto.
Su amigo no se movía del sitio, parecía a punto de decir algo en cualquier momento pero permanecía en silencio.
—En serio, Tomeu: Vete. No quiero que nada malo te pasé por mi culpa. Eres mi mejor amigo, el único que he tenido. La persona con la que más feliz he sido, con la que más me he reído jamás. No quiero marcharme de este mundo con la sensación de que por mi culpa…
—Y una mierda —Tomeu rompió su silencio, sacó la pistola y se le acercó.
—Tome…
—He dicho que: Y una mierda. No me interesa nada de eso. Los amigos de verdad no tienen que decirse esas mariconadas, hay una especie de pacto no escrito al respecto ¿recuerdas? —sonrió y le guiñó un ojo—. Mira, Harriet, hay una parte de mí que está loco por ti, pero otra te odia con toda su alma. Y por una vez en su vida ambas están de acuerdo: No te pienso hacerte caso. Todo el mundo ha estado decidiendo por mí cómo he de vivir mi vida, pero nadie me va a decir cómo debo morir. Y por lo que a mí respecta hoy es tan buen día como cualquier otro.
—Dices frases sin sent…
—Ah, ah. No me vas a convencer, perdiste tu oportunidad hace mucho, querida. No vas a morir sola por mucho que te empeñes.
Harriet, se resignó. ¡Maldito cabezota! Si supiera el daño que le estaba haciendo… pero tenía razón. Ella no tenía ningún derecho de pedirle nada a estas alturas. Hizo un último esfuerzo, se puso en pie y sacó su pistola.
—En ese caso, más vale que me incorporé y reciba a la muerte como Dios manda. No es de buena educación morir tirada en el suelo.
Por lo menos había conseguido hacer reír a Tomeu en aquellos últimos momentos. La puerta se abrió y entraron una veintena de matones armados hasta los dientes. Harriet no sabía si había llegado a abatir a uno, dos o ninguno. La cosa había ido rápida y antes de que se diera cuenta había recibido un par de impactos en el pecho que la habían tumbado.
En el suelo, justo a su lado había caído Tomeu también. La miraba y le extendía la mano como tratando de alcanzarla mientras la vida se les escapaba a los dos. Harriet no pudo evitar sentir la ironía. Al igual que su madre se había reído de las condiciones impuestas por Verona tras tatuarse las alas. Aquel contrato con las sombras, tan inverosímil en aquel momento… cobraba ahora un triste sentido.


Se apagaron las luces de la noche
Y el alegre día despunta en las cimas brumosas
He de irme y vivir, o quedarme y morir.

Romeo y Julieta
WILLIAM SHAKESPEARE

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ALAS NEGRAS XV: REENCUENTRO

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—¿T…T…Tomeu?
Era ella, no había ninguna duda. Una mirada suya y todo el mundo se esfumó alrededor de Tomeu, sólo estaban ellos dos. De repente todos los viejos recuerdos se habían agolpado en su cabeza y habían expulsado los nuevos. Se acercó a Harriet, la abrazó y la besó en los labios. Antes le habría aterrado siquiera intentarlo, pero en aquel momento pareció la cosa más natural del mundo. Hubiera querido que el planeta dejase de girar en ese preciso instante y todos los relojes quedasen congelados para siempre. Pero no fue así.
Se separaron y se miraron. Durante unos minutos ninguno se atrevió a decir nada. Fue Harriet la que finalmente rompió aquel silencio incomodo.
—¿Qué… qué haces tú aquí?
—Ya ves, está visto que es donde tenía que estar para recibirte.
—¿Y te parece que está es forma de recibir a una dama? Tantos años enseñándote cómo debe comportarse un caballero y tú vas y nos recibes con balas en lugar de rosas y bombo… ¡cof, cof!
Harriet tosió sangre. La herida del disparo era bastante fea y se estaba desangrando a marchas forzadas. Si no recibía atención médica pronto lo más probable era que no pasase de ésta. Pero no iban a tener esa suerte. Los goznes de la puerta enorme de acero se abrieron y el Monstruo emergió de ella.
—¡Bien hecho, Tomeu! ¡Sabía que podía confiar en ti! —dijo el Monstruo, que al parecer había estado monitorizando todo lo ocurrido a través de una cámara que había en el techo
En ese momento dirigió su mirada a Harriet, que permanecía sentada en el suelo ausente y pálida por la pérdida de sangre.
—No sé qué clase de monstruito eres pero da igual. He llamado al personal de abajo y en breve subirán, aunque no creo que hagan falta. En el estado que estás no eres gran cosa. —Le apuntó con su arma—. Me encargaré yo mismo de acabar contigo, zorr…
No le dio tiempo a terminar la frase. Es lo que tiene que una bala despedida a una velocidad vertiginosa se te instale en el cráneo, pulverizándolo y haciéndolo trizas. Tomeu se guardó la pistola humeante en el cinto y dirigió su atención a Harriet.

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