viernes, 29 de julio de 2011

ALAS NEGRAS XIV: ANGEL IN DEVIL SHOES




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La criatura se deslizó a la habitación, y le recibió una ráfaga de disparos. Ni una de las balas dio en el blanco, todas zumbaban a su alrededor y acababan estampadas en la pared. Dispuesta en medio de aquellos tarugos, trazó un semicírculo de dolor sobre ellos cortando brazos y abriendo tripas. Algún rezagado trató de escapar pero le reventó los sesos antes de que sus pies tocaran la puerta. Todo estaba yendo bien. Los últimos corrieron hacia ella lanzándole una inútil lluvia de balas. Pasó a través de ellos como un cuchillo que corta mantequilla. Cayeron hechos pedazos.

Se relamió. Estaba ya cerca de su meta, tras tantos años. Sólo se interponía una enorme puerta de acero entre ella y el Monstruo. Un ruido atronó a su espalda, se había dejado uno. Y fue entonces cuando sintió una aguja de dolor y algo cálido y viscoso. Le habían dado, lo imposible había ocurrido.

Corrió a ponerse a cubierto detrás de una mesa, mientras de reojo veía el rostro familiar de su verdugo. El dolor se extendió por todo su cuerpo y mente como un cáncer. Por fin los acertijos de Verona tenían sentido. Y no podía ser en peor momento.


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ALAS NEGRAS XIII: SERÁ ESTA NOCHE


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El disparo dentro de la cámara acorazada sobresaltó a Tomeu y el resto de guardias que esperaban afuera. «¿Le habrán…? » pensó. A toda prisa abrieron la compuerta y vieron a Guillermo con una pistola humeante en la mano y a Antonio, uno de sus más antiguos subalternos, en el suelo con la cabeza reposada en un charco de sangre.
—¿Está bien, jefe? —dijo uno de los matones.
—¡Maldita mierda! —la cara del Monstruo estaba blanca como la cal—. Será esta noche. Han enviado a Antonio para anunciarme que esta noche vendrán a por mí —levantó la mirada y se dirigió a sus hombres—. ¿Qué hacéis ahí parados, cojones? Avisad abajo que registren el perímetro, seguro que lo qué quiera que venga esta noche iba detrás de Toni. Quiero que guardéis mi puerta con la vida, no os mováis de ella ni para mear. Si os lo tenéis que hacer encima os lo hacéis encima. ¡Largo de aquí!
El Monstruo furioso empujó a sus hombres fuera del dormitorio. Se oyó una fuerte explosión y saltaron las alarmas. Una lluvia de agua surtió de los aspersores, empapando violentamente al personal.
—¡Fuera! ¡Fuera! ¡FUERA! —les gritó mientras les echaba a patadas de la habitación y cerraba a cal y canto el portón metálico. Tomeu no sabía qué clase de equipo llevarían los intrusos, pero tenía la sensación que haría falta una bomba nuclear lo menos para tirar abajo aquella masa de acero.
Entre el sonido de la alarma, el agua y el miedo reinante, aquello era un caos. Algunos de los otros matones estaban claramente nerviosos mirando a todos lados sin saber qué hacer, a uno hasta se le cayó el cargador de la pistola al suelo. Otros ya estaban preparados apuntando a la puerta con sus pipas temblorosas. Todos unos idiotas. Fuera lo que fuese que iba a entrar, atacarlo de frente era una estupidez. Tomeu mantuvo la calma —tenía miedo por supuesto, pero estaba ya tan acostumbrado a vivir con ello que casi ni se daba cuenta— se agazapó en una esquina, escondido y quedó a la espera de que aquello entrase y le diese la espalda. Preparó su pistola, no tenía muchas intenciones de usarla pero, si todos los demás fallaban, lo haría. Tampoco tenía intenciones de morir aquella noche.
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ALAS NEGRAS XII: ¿DÓNDE ESTÁ EL MONSTRUO?

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La Criatura esperaba en silencio mientras aquel grupo de sicarios se reunían en el puerto. Comenzaba a aburrirle aquella caza. Pero pronto terminaría.

—No sé vosotros, pero yo no aguanto más. Mañana recojo mis cosas y me marcho del país. —dijo el que tenía pinta de ser más mayor.

— Después de todos estos años y con todo lo que has visto ¿te piras, Antonio? ¿Tú estás mal de la azotea o qué? Don Guillermo irá a por ti, lo sabes, y te hará cosas peores que lo qué quiera está haciendo esa bestia a los nuestros.

—Tú mismo lo estás diciendo. Soy un veterano, conozco a Guillermo casi desde los inicios, hasta pasé unas navidades en su caserón en las afueras, sé muy bien de lo qué es capaz —hizo una pausa y miró a su atenta audiencia de chavales imberbes—. Llevo muchos años en esto y es la primera vez que veo algo así. Vosotros sois más jóvenes e ingenuos, aun os pensáis que vuestra suerte os ha hecho inmortales. Pero yo no, yo ya sufrí un tiroteo, acabé en el hospital y por poco no la cuento. Sé que se puede morir en este oficio, por extraño que os parezca ahora.

»Si fuera una banda rival, la policía, el ejército o el mismo puto Rambo con una metralleta montado a lomos de una Harley lo podría aguantar. Pero ¿esto? No, señores, no. Esto es la hija de perra de la muerte con su mierda de guadaña segándonos uno a uno. Así que mañana a primera hora me voy al aeropuerto y me pillo un billete con destino: «lo más a tomar por culo que pueda ser». Y de vosotros, yo haría lo mismo.

La Criatura chasqueó los dientes de rabia. Aquellos tipos estaban temblando, y no de frío precisamente. Una pena, ya que el miedo le estropeaba siempre el sabor a la comida. De un salto se abalanzó sobre el grupo y comenzó su festín. Cortó y mutiló miembros, rompió sus huesos y reventó algún cráneo que otro. En pocos segundos todos aquellos matones quedaron reducidos a sangre y pedazos de carne y cartílago esparcidos por el suelo. Todos menos uno. Aquél llamado Antonio, el más viejo, aquél que sabía cosas del Monstruo.

—¡AAAAAAAHHH! ¡NO! ¡POR FAVOR, NO! —gritó mientras gateaba hacia atrás empapado en restos de sus compañeros.

¿Dónde?

Su voz, de nuevo, emanó de todos los sitios y de ninguno en concreto. El mafioso se orinó en los pantalones mientras las lágrimas bañaban su cara. La Criatura, exasperada, rebufó. Le cogió por el cuello y lo elevo un par de metros. Unas gotas de orín salpicaron ruidosamente el suelo.

¿Dónde?

— ¿Q…q…qué? —dijo aquel espantajo de persona con un hilo de voz.

¿Dónde está el Monstruo?

Antonio tragó saliva., y cantó como un pajarito. Le dio unas demasiado extensas y confusas descripciones de cómo llegar hasta el caserón dónde se escondía aquella rata. Hasta le contó la cantidad de personal que guardaba la casa y las posibles entradas que tenía sin que se lo pidiese. Era más que suficiente, lo había decidido, para bien o para mal todo terminaría esa noche.

—Por favor, no me mates. Te he dicho todo lo que sabía.

No te mataré… aun. Necesito un último favor. Dirígete ahora a su finca y, una vez allí, le anuncias que, a partir de ese momento, le quedan unos minutos de vida.

—Pe..pe…pero, ¡ME MATARÁ!

Elige. O él o yo.

Le dejó caer bruscamente al suelo.

Si no haces lo que te he pedido, lo sabré e iré a por ti. Y, créeme, no seré tan clemente como con «tus amigos».

El tipo miró a su alrededor observando la masacre que teñía de rojo aquellos muelles. Asintió y se marchó corriendo. A partir de ese momento, la Criatura, lo seguiría en la distancia sin que se percatase.

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ALAS NEGRAS XI: PARANOIA


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«¿AÚN NO SABES QUIÉN SOY, MONSTRUO? PRONTO HARÉ QUE LO SEPAS».

En la foto se veía una de las últimas pintadas de lo que quiera qué fuese que estaba cargándose uno a uno a todo el personal de confianza del Monstruo. A Tomeu le llamó la atención el tono rojizo de las letras, ¿sería…? Pero no, no podía ser, eso sólo pasaba en las películas o en los tebeos.

—¿Has visto? Estos cabrones me están amenazando ahora con diversos mensajes—dijo Don Guillermo mientras sacaba otra par de fotos y las depositaba en la mesa—: «LA OSCURIDAD YA VIENE Y SE TE TRAGARÁ, MONSTRUO», «TODO LO QUE HAS TOCADO AHORA ME PERTENECE Y ESTÁ MUERTO».

El tipo estaba paranoico, los ojos bailaban en sus cuencas como si hubiese perdido completamente la razón. Y era bien posible que así fuese, desde aquellos últimos incidentes, si exceptuamos una corta escapada que hizo el día anterior, apenas salía de su habitación a la que había hecho instalar una puerta acorazada. Tenía cámaras por todos los sitios de la finca que monitorizaba desde su cuarto. Por no hablar de los cincuenta matones a sueldo, Tomeu entre ellos, que hacían guardia en aquella casa perdida en los montes.

—Pensaba que ya los teníamos, Tomeu. ¿Recuerdas a Marco y Mercucio? Hace poco les encargué que le ajustasen las cuentas al dueño de un local que me debía un par de meses. —Guillermo agitó su vaso de whisky y echo un trago apurándolo—. Están muertos, Tomeu. A Mercucio le abrieron el pecho y a Marco lo decapitaron. —«Creo que voy a echarme a llorar» pensó Tomeu—. Pero, lo más importante, el tipo del local había desaparecido. Ya te puedes imaginar que movilicé a todos mis contactos para que diesen con él. Puede que no tuviera nada que ver con este asunto, pero por lo menos los habría visto y arrojaría alguna pista.

Rellenó su vaso y echó otro trago.

—Ayer me notificaron que lo tenían. Estaba en un hospital recuperándose de sus heridas. Lo encontraron inconsciente en la calle y lo llevaron allí. ¿Te lo puedes creer? —«¿Por qué diablos me cuenta todo esto? » pensaba Tomeu fingiendo atención— Conseguí que nos dejarán a solas y le sometí a un interrogatorio. Le dije que si me contaba la verdad quedábamos en paz. Le prometí que no tendría que volver a pagarnos. ¿Y sabes lo que me contó?

»Que no sabía qué había matado a aquellos dos. Algo se le había acercado y le había perdonado la vida, una criatura invisible y extraña. Sólo recordaba de ella… la oscuridad. Como entenderás, no tuve otra que pegarle dos tiros por intentar tomarme el pelo.

Apuró el segundo vaso y se sirvió un tercero.

—Lo peor de todo es que, contra más lo pienso, más me parece que aquel loco decía la verdad. O al menos, creía que lo que estaba diciendo era cierto.

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ALAS NEGRAS X: SOMBRA


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La Criatura observaba en la sombra a sus dos próximas víctimas.

—Sólo te digo que no me gusta nada —dijo el más grandote.

—¿Qué? ¿Qué alguien esté yendo a por los nuestros? Es normal, hombre, gajes del oficio, yo no sé por qué te alteras —dijo el otro—. Mira, Marco, francamente, el jefe está acabado. Le están dando por todos los sitios. Si esos tipos, ya sean mafia rusa, austrohúngara o lo qué sea, hacen acto de presencia… ¡yo no me lo voy a pensar dos veces! Una polla me lio a tiros con ellos, les entregó al bueno de Willy en bandeja y envuelto para regalo con lacito y todo si hiciera falta. Y si luego quieren solicitar de nuestros humildes servicios y ponernos en plantilla, pues adelante.

—No se me había ocurrido. Eres un genio, Mercucio.

—Pues claro que sí, hombre —dijo el tal Mercucio mientras se encendía un pitillo—. Lo que soy es un optimista nato. A la vida hay que sacarle jugo y saber ver hacia dónde sopla el viento en cada momento.

La Criatura rió, no muy alto pero lo suficiente como para que se oyera un murmullo.

—¿Has oído eso? —dijo aquella mole humana llamada Marco mientras, acojonado, cargaba su automática.

—Tranqui, Marco, habrá sido un rat…

El cigarrillo de Mercucio cayó al suelo sin que le diera tiempo a dar una calada. Los cinco litros de sangre de su cuerpo surtieron a presión de un boquete enormemente horrible abierto en su pecho mientras él desfallecía en el suelo.

—¡AAAAAAAAHHHHHH! —el grandote gritaba y vaciaba su cargador disparando a la oscuridad. Y fue la oscuridad misma la que cortó su cabeza y la sostuvo como un trofeo, para luego hacerla rodar por el suelo.

Casi había terminado. Sólo quedaba el mensaje, manchó su índice con sangre y se dispuso a escribir en la pared cuando oyó un ruido que venía de otra habitación. Abrió una puerta y allí había un tipo amordazado a una silla. Tenía parte del rostro amoratado y quemaduras por todo el torso desnudo. Le observaba con extrañeza respirando entrecortadamente, no sabía muy bien qué era lo que estaba viendo. Sus ojos pedían piedad, tal vez deseaban que se le diese muerte de una vez, o tal vez pensaban que definitivamente se había vuelto loco. La Criatura estudió la situación y decidió que hoy era el día de suerte de aquel pobre desgraciado.

Tú eres inocente.

La voz de aquel ser oscuro no surgió de unos pulmones, surgió de la oscuridad misma que la conformaba y golpeó en la cabeza del prisionero. Las cuerdas y la mordaza que lo sujetaban se cortaron limpiamente y él salió corriendo, como alma que lleva el diablo.

Tras aquella interrupción, la Criatura volvió a lo suyo, el mensaje. Posó el índice en la pared y decidió que esta vez obsequiaría al Monstruo con algo más creativo.


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ALAS NEGRAS IX: COBARDE

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Tomeu masticó y engulló sin ganas aquel trozo de bistec. Total, sabía que después tendría que ir irremediablemente a vomitarlo al baño. Era el precio que pagaba cada vez que mataba a alguien.

—Joder, no te enseñaron en tu casa que la carne fría no vale nada. Parece mentira que un tiarrón como tú se esté eternizando con esa ternera tan de puta madre —dijo Don Guillermo, su jefe, quien le había invitado a cenar tras una faena bien hecha.

El chico sonrió sin gracia. Le costaba disimular el asco y repugnancia que le daba aquel hombre. Odiaba el momento en que lo conoció y le puso a su cargo. Si pudiera volver atrás en el tiempo… pero no podía, estaba atrapado en aquella trampa mortal. Poco imaginaba lo mucho que iba a pagar por aquella maldita paliza que le dio a aquel borracho. Tras ese día, Guillermo le había concertado una cita con dos de sus subalternos, un tipo delgado y desgarbado llamado Mercucio que contrastaba con su compañero, una mole torpe y musculosa que respondía al nombre de Marco. Se le presentaron como: el equipo creativo de Willy, y le anunciaron que lo único que tenía que hacer era acompañarlos unos días y observar como hacían su trabajo.

Y así lo hizo, se subió a un coche con aquella extraña pareja y fueron camino a un bajo propiedad de Don Guillermo. Hasta ahí todo normal, claro que no avisaron a Tomeu que en el interior del bajo se encontraba una persona atada y amordazada. Uno de los antiguos empleados del Monstruo para ser exactos: alguien que había dejado de ser de su confianza. Tomeu fue un mudo espectador al teatro de los horrores que aquellos dos tipos sometieron al pobre hombre. Primero le cortaron dos dedos con unos alicates, manteniéndose impasibles ante sus gritos y gemidos. Luego Mercucio le retiró la mordaza y le dijo:

—¿Quieres que pare, verdad? Pues sólo tienes que suplicarme una cosa: Pídeme que te mate.

—No sé si eso será suficiente, Mercucio —añadió Marco con una sonrisita—, Don Guillermo está muy cabreado con él. Creo que lo menos que debe de pedirnos es que por favor nos carguemos también a su mujercita y a su hijo. Vamos, es lo mínimo, si quieres que acabemos rápido con todo este sufrimiento. En caso contrario… bueno, tenemos toda la noche por delante.

Le cortaron dos dedos más aún y fue entonces cuando el tipo fuera de sí les gritó:

—¡ESTÁ BIEN! ¡Hacedlo! Haced lo que queráis conmigo y con mi familia.

—¡Oh, por supuesto! Así lo haremos, puedes estar tranquilo.

Aquel par de bestias rieron como locos y continuaron amputándole dedos, hasta que el pobre diablo cayó inconsciente por el dolor. Fue entonces cuando le volaron la tapa de los sesos. Fue entonces cuando Tomeu vio por primera vez morir a alguien. Aquella noche no cenó pero vomitó hasta que sólo quedaba bilis. Sin embargo, al día siguiente acudió puntual a su cita con esos dos, ya había comprendido a lo que se atenía si se negaba.

Fue un mes espeluznante durante el cual acompañó a aquellos como mero observador de todo su circo de atrocidades. Transcurrido ese tiempo, Mercucio le ofreció una pistola y le ordenó que se cargara a un pobre tipo que debía dinero al Monstruo. Tomeu disparó a bocajarro y sin dudar. En aquel momento se había convertido en un cobarde y en un asesino.

A partir de entonces, pasó a ir conociendo poco a poco al resto del personal de confianza del Monstruo. De vez en cuando le ordenaban que matase a alguien, otras veces sencillamente que diese una paliza o que le partiese las piernas o las manos. Daba igual, fuera lo que fuese, él lo hacía. Su adiestramiento de un mes había consistido en grabarle a fuego qué pasaría si no obedecía.

Alguna vez incluso, como aquel día, había tenido el dudoso placer de observar al mismísimo jefe en acción. Aquel tipo estaba enfermo, su mote se quedaba corto, más que un monstruo era el mismísimo diablo. Tenía especial fijación con las mujeres —Tomeu no sabía por qué ni pensaba preguntarlo— con las que pasaba de ser la persona más encantadora del mundo a someterlas a todo tipo de vejaciones y torturas. No quería ni pensar lo qué le habría hecho a la prostituta malherida que Tomeu había tenido que matar de un disparo antes de cenar.

La camarera pasó a recoger los platos con los restos y Willy, el Monstruo, pidió los cafés.

—Me gusta como trabajas, Tomeu.—hizo una pausa mientras observaba detenidamente el trasero de la camarera perderse en las cocinas— Confío en ti más que en la mayoría de los capullos que tengo a mi alrededor. ¿Y sabes por qué? Porque no eres estúpido, porque me tienes miedo.

Tomeu guardó silencio. No sabía muy bien qué decir.

—No hay que avergonzarse del miedo. Los valientes están sobrevalorados y plagan las esquelas de los periódicos. Yo mismo tengo un miedo terrible, sé que mucha gente me odia y quiere ver mi cabeza clavada en una pica. Es por eso que me rodeo de gente como tú, que no se lo piensa dos veces a la hora de sacudir al primero que se me acerque. Hay personas que para dormir bien necesitan tener una luz encendida en el pasillo. No es mi caso, yo necesito un ejército de matones en la puerta dispuestos a vertir su sangre por mí, sólo de ese modo consigo roncar como un bebé por las noches. Así que, da gracias a que yo también sea un cobarde, en caso contrario no te tendría en nomina.

»Seguramente te estés preguntando a santo de qué te estoy dando el tostón —hizo una pausa mientras la camarera depositaba los cafés en la mesa—. A partir de mañana quiero que pases a trabajar directamente conmigo. Formarás parte de lo que yo llamó mi «guardia personal» —dijo mientras hacía gesto de comillas con los dedos— y te instalarás directamente en mi casa.

Tomeu de nuevo no sabía qué decir. Dio un sorbo al café, que le supo a zumo de calcetín, mientras el Monstruo miraba de izquierda a derecha asegurándose de que estuvieran solos.

—No sé si habrás oído algo de lo que te voy a contar —de nuevo oteo a su alrededor. El tipo estaba sudando a mares—. Están yendo a por mí. No sé quién ni por qué. He hablado con la gente que tengo metida en la policía, y me han asegurado que no tienen ni idea pero que no es cosa suya. Aunque, ¡fíate tú de esos cabrones!

»El caso que estas pasadas semanas nuestra organización ha sufrido varios ataques. Deben de ser profesionales, Tomeu, lo único que queda a su paso es un reguero de cadáveres. Y, lo que más me mosquea, ¡únicamente de los nuestros! ¿Cómo es posible que un grupo de gangsters armados hasta los dientes no sean capaces de causarles ninguna baja? ¿Ni una sola? Coloqué cámaras en todos nuestros pisos francos, pero las grabaciones siempre desaparecen. Son gente muy lista, tal vez estemos hablando de mercenarios o mafia del este. El único rastro que dejan son unas notas amenazadoras escritas en la pared. —Don Guillermo se aflojó la corbata y se secó el sudor—. «Pronto iré a por ti y pagarás por tu crimen, Monstruo», dicen.

Tomeu no había oído hablar nada de todo aquello. Le importaba un pito lo que le pasará a ese hijo de puta pero, al día siguiente, se instalaría su piso a hacerle las veces de niñera. No le quedaba más remedio. Tuvo un pensamiento fugaz muy tentador antes de marchar del restaurante, ¿y si había llegado la hora de ser valiente? ¿Y si reunía agallas y le metía una bala entre ceja y ceja a ese cabronazo? Tan pronto como vinó el pensamiento quedó ahogado por el terror que sentía hacia aquel canalla. Definitivamente, Don Guillermo tenía razón. Era un cobarde.

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ALAS NEGRAS VIII: BLACK CELEBRATION

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El local de los tatuajes se llamaba Black Celebration. «Como la canción de los Depeche Mode, el grupo preferido de Tomeu» pensó Harriet la primera vez que lo vio. Se sintió rara con este pensamiento, demasiado tiempo sin acordarse de él. Recordaba que al principio lo echaba mucho de menos, notaba el hueco donde no estaba del mismo que un manco se acuerda de su brazo. Pero con el tiempo te acostumbras al vacío que dejan las cosas que ya no están y olvidas que una vez estuvieron allí.

Se miró en un espejo, sin duda Tomeu no la reconocería ya. Toda esa máscara de piercings que llevaba en su adolescencia había desaparecido por completo sacando a la luz un desafiante rostro cubierto de pecas. Por no hablar de su pelo, había dejado de odiarlo y maltratarlo, el bote de tinte rubio platino había terminado en el cubo de la basura para siempre y ahora lucía una larga melena con su castaño natural, en contraste con aquellos trasquilones mal cortados que llevaba antes.

Lady Verona, la dueña de aquel antro, hizo acto de presencia sacándola de sus ensoñaciones.

—Hola, niña, veo que estás de vuelta. ¿Trajiste el dinero?

Harriet sacó una bolsa en la que estaban todos sus ahorros de estos últimos años. Se los iba a pulir todos en el tatuaje, pero no importaba. Aquella mujer mayor de piel oscura, era la persona que había estado buscando estos cinco últimos años. Era la que le ayudaría a cumplir su venganza.

—Ya veo. —La mujer mostró su desdentada sonrisa como muestra de satisfacción—. Antes de proceder, debo advertirte de las posibles consecuencias negativas.

—Puedes ahorrarte la charla sobre higiene y cuidado del tatuaje, estoy bastante al tanto de esos temas.

—Vaya con la zorra insolente sabelotodo —dijo Lady Verona—. No me refería a eso. Lo que has pedido implica dos pagos, uno conmigo que ya lo has hecho. Y otro con las fuerzas oscuras que debo desatar para llevarlo a cabo. Con éstas no te valdrán ni mil mochilas como ésa. Para ellas esos papeles son sólo papeles. Ellas sólo admitirán tu dolor como moneda de cambio. Y no me refiero al causado por la innumerable cantidad de pinchazos que he de llevar a cabo para plasmar el dibujo.

Harriet había leído sobre ello en los libros de su madre. Esos seres demoniacos de los que hablaba se nutrían de un dolor más exquisito que el físico. Se dedicaban a destrozar tu alma por dentro, devorándola y desgarrándola con heridas que jamás pueden sanar. Era un dolor capaz de hacerte perder la cabeza en la locura para siempre.

—Y supongo que no habrá otra forma.

—¡Oh, querida niña! Ahora no sé si pareces ingenua o estúpida —contestó Lady Verona mostrando de nuevo su espantosa sonrisa—. Has solicitado magia, cariño. Y la magia no la concede el Dios benevolente que lo creo todo. No, Él impuso unas normas a este universo y han de cumplirse a rajatabla. Si quieres saltártelas, si quieres hacer trampa, si quieres magia, con quien debes de hablar es con el Otro, con el que se esconde en las sombras. Y creo que eres lo suficientemente lista para saber lo que implica.

»Por supuesto, puedes arrepentirte de esto en cualquier momento antes de que empecemos. No hay ningún problema, puedes salir por la misma puerta que has entrado. Pero, eso sí, el dinero se queda a este lado.

—Lo entiendo, Verona, estoy decidida.

La dueña soltó la carcajada más espeluznante que pudo salir de aquella boca mellada.

—No, no lo entiendes. Pero lo entenderás. Te contaré una historia para que, con suerte, atisbes una pizca de la realidad en que te estás metiendo. —Aquella bruja se sentó y dio un sorbo a una taza de té—. Hará mucho tiempo, vino a visitarme una joven de aspecto muy similar al tuyo. Os diferenciabais quizás en vuestros sueños. Tú tienes sueños oscuros de un invierno vengativo que castigue tus victimas. Aquélla sólo portaba sueños brillantes y luminosos de un verano de melodías y canciones. Ella suspiraba por ser artista, la música era su vida, y para ello había llevado un camino de esfuerzos y sacrificios. Se había matriculado en las más prestigiosas academias musicales del país, superando un curso tras otros con las mejores notas. A nivel técnico aquella chica era la perfección hecha cantante. Sin embargo, algo fallaba. Cuando subía al escenario y cantaba era incapaz de transmitir ningún sentimiento. Le habían dicho que no se preocupase, que aquello era normal y le pasaba a mucha gente. El saber expresar las emociones en lo que se canta era algo que te tenía que nacer de aquí dentro —Verona se señaló el pecho—, un don que o se poseía o no, pero que de ningún modo podía ser enseñado.

»Podía haber optado por la enseñanza, cualquier academia habría aceptado gustosa tener a alguien con sus conocimientos en plantilla, pero ella prefirió perseguir su sueño imposible. Y fue así como investigando, encontró que había una manera de saltarse sus limitaciones mortales y poder cantar como los ángeles. Con la ayuda de un sencillo tatuaje, con la ayuda de la magia.

Verona dio un largo sorbo a la taza antes de continuar.

—Yo le expuse un discurso similar al que te he expuesto a ti hoy. Le dije que una vez impreso el dibujo en su piel, las fuerzas oscuras que había invocado expresarían su voluntad a través de mi boca y le pondrían sus condiciones. También le insistí en que, probablemente, los beneficios del pacto no durarían para siempre y que después sólo le esperaría el mayor de los dolores. Pero ella, joven y arrogante, ignoró todos los inconvenientes y se tendió en aquella misma camilla dispuesta a ser tatuada. Como os pasa a todos los jóvenes, no sois capaces de imaginar un dolor más intenso que la frustración de no conseguir lo que se quiere.

»Así pues realicé mi trabajo, uno más sencillo que el que tú me pides. Y una vez terminado, tal y como le advertí, las entidades tenebrosas que habíamos despertado hablaron por mi boca exigiéndole sus términos. A partir de aquel momento, la voz de aquella niña podría hacernos sentir amor, tristeza o alegría a su antojo con sólo entonar una canción. Pero llegaría un día en que ella se enamoraría de un monstruo y, a partir de entonces, sus labios se irían silenciando cada vez más hasta quedar mudos para siempre.

Verona hizo una larga pausa mirando con curiosidad el rostro de Harriet que estaba adquiriendo un tono cada vez más palido.

—La muchacha se burló de aquellas amenazas, aseguró que ella no iba a enamorarse nunca y menos de un monstruo. El mundo estaba lleno de hombres hermosos con los que yacer como para perder el tiempo y quedarse con uno sólo y feo además. Y así de ese modo se marchó silbando una canción bastante alegre —Verona apuró la taza—. Esta historia es mi regalo, por desgracia es un regalo incompleto ya que desconozco el final. Alguna vez me he preguntado si un día vendría alguien por aquí y me contaría cómo acabo aquella chica arrogante. Si era cierto que tenía un corazón de hielo y pudo seguir cantando sin temor ya que jamás sintió amor. O si se equivocó y tuvo como destino la peor de las desdichas. No lo sé, supongo que sólo lo sabrán ella y, tal vez, aquel bebé que se gestaba en su vientre sin que la muchacha fuera consciente.

Harriet, más pálida que nunca, se replanteó la situación. Estuvo tentada de marchar pero no pudo, toda su vida le había llevado a ese punto, la decisión estaba tomada desde hacía mucho. Se desprendió de la camiseta y se tumbó en la camilla. Verona dejó la taza en la mesa y, en el mayor de los silencios, procedió a iniciar su obra maldita.

Quizás serían imaginaciones suyas, o el efecto de la magia, pero a Harriet aquellas dos alas negras le estaban escociendo como el fuego de los infiernos ¡y eso que todavía no había empezado con la máquina de las agujas! Cerró los ojos, apretó los dientes y se preguntó si su madre se sintió del mismo modo cuando floreció aquella rosa negra que siempre manchaba su hombro derecho.

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domingo, 24 de julio de 2011

ALAS NEGRAS VII: MADEJA DESHECHA



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La gente dice que hay personas que nacen para estar juntos, sus vidas se tropiezan en algún punto y se entrelazan de un modo que lo más fácil es no deshacer los nudos nunca y seguir así. No era el caso de Tomeu y Harriet. La madeja se había deshecho y ahora cada uno marchaba por su lado. Después de aquella funesta tarde vino la noche más larga de Tomeu. Dándole vueltas al asunto decidió plantarse en su casa y luchar por su amistad con Harriet, no obstante, cuando llegó ella no estaba. En su lugar encontró su tía, la cual renegaba que la golfa de su sobrina había pasado la noche fuera y ella no sabía nada de su paradero. Los demonios de los celos se llevaron a Tomeu. No obstante, al día siguiente, volvió a pasar por allí. Pero el recibimiento de la tía fue tan hostil que se le quitaron las ganas de, como pensaba hacer en un principio, repetir la jugada cada día hasta que su amiga diese señales de vida. Decidió quedar a la espera. Pero los días pasaron y a Tomeu le carcomía la impaciencia, así que se armó de valor y volvió a tocar a su puerta. Esta vez la tía se desquitó de lo lindo sobre su sobrina. Dijo que a unos conocidos les había parecido verla en la estación de autobuses y que sin duda ahora estaría drogada en una esquina de vete a saber dónde. Pero que por ella genial, como si la diñaba por sobredosis, total para el caso que les hacía a ella y a su hermana. Tomeu se despidió no sin antes pedirle que por favor le avisase cuando supiese algo de Harriet. El bufido que obtuvo por respuesta no le dio muchas esperanzas, pero no tenía más. Antes veía a Harriet todos los días, ahora sólo quedaba un vacío enorme sin explicación ante el que no podía hacer nada.

Millones de pensamientos sobre el tema asaltaban la torturada mente de Tomeu. Sentía ira, porque se había marchado sin avisar. Impotencia, por no poder hacer nada. Y miedo, por si había sido por su culpa o le había pasado algo.

—Perrrdona… peeero esssa chica que hasss deja ¡hic! do entrar ha llegado despuésss que yo.

A toda esta pena y agobio se sumó el nuevo trabajo en la discoteca. Era un asco. Soportar las increpaciones y el aliento de los borrachos que querían entrar no calmaba los nervios de Tomeu. Lo mejor era tratar de ignorarlos.

—¡Eh! ¡Capullo! Te essstoy hablando a ti —dijo aquel lamentable personaje mientras apuntaba con su dedo a Tomeu—. ¡Bah! No merecesss la pena, ¡memo!

El tipo se dio la vuelta y pareció retirarse. Pero en el último momento se lo debió pensar dos veces, se giró y escupió en toda la cara a Tomeu. Un rastro de apestosa saliva le colgaba desde la ceja hasta el ojo.

—Jua, ja, ja, ja, ja. ¡Mírate, dasss pena, tío!

Tomeu tuvo la sensación de que la correa de un perro furioso se le había escapado de las manos, haciéndose éste con el control de sus actos. Cogió al impertinente borracho del brazo y lo arrastró hacia el callejón. Allí expulsó toda la ira y la tensión de aquellos últimos días en forma de puños. El tipo le suplicó a gritos que parara, que era una broma y no sé qué más. Pero Tomeu no escuchaba, el sólo quería cobrarse toda su mala suerte golpeando a aquel pobre desgraciado.

En un último momento, Tomeu recobró el sentido y vio al borrachuzo en el suelo, hecho un guiñapo, con toda la cara amoratada y gimiendo de dolor. ¿Qué leches estaba haciendo? Él no era un tipo violento, era incapaz de hacer daño a una mosca. Si lo habían cogido para el puesto era gracias a que la genética le había obsequiado con una constitución grandota que intimidaba, pero jamás había usado la fuerza física contra nadie.

Se giró asustado y observó que tenía una audiencia de cuatro personas, dos de los camareros, el otro segurata de la puerta y el dueño del local. Los cuatro le miraban alucinados de lo que acababa de hacer. «¡Mierda! ¡Ahora sí que la he cagado de verdad! » pensó Tomeu. El jefe se dirigió a uno de los camareros:

—Encárgate de esto. Vosotros dos volved al local, ¡y aquí no ha pasado nada! —dirigió la mirada a Tomeu— En cuanto a ti, ven conmigo.

En silencio y sin rechistar Tomeu acompañó a aquel tipo trajeado que dirigía el cotarro a la parte superior del local donde se encontraban unos despachos que no había visto antes. Probablemente iba a llamar a la poli, pero a Tomeu no le importaba, había hecho algo muy grave y asumiría las consecuencias.

—Siéntate, por favor. —dijo mientras él mismo tomaba asiento.

Aquel tipo intimidaba, era de unos cuarenta y largos, pero a pesar de todo combinaba un cierto magnetismo que te hacía obedecer sin dudar. Tomeu tomó asiento, mientras aquel personaje se encendía un puro y guardaba silencio.

—Menuda has armado ahí afuera, chaval. Menos mal que no había clientes viéndolo si no estarías frito y no podría hacer nada por ti. —hizo una pausa para dar una calada y continuó—. No te preocupes por el beodo aquél, no volverás a verle el pelo. No obstante, como entenderás, no puedo tenerte empleado aquí más tiempo.

Tomeu respiró aliviado, es cierto que le hacía falta el trabajo y la pasta, pero se había librado de una buena.

—Gracias, señor, yo…

—No te embales, chaval, que esto no es gratis. Como te decía, no puedo seguir teniéndote aquí de portero. Hoy en día, por desgracia, está muy mal visto dar palizas a indeseables como aquel animal que dejaste ensangrentado en la acera —el jefe se repantigó hacia atrás en el sillón y estiró los brazos—. Sin embargo tienes cualidades y, para tu suerte y fortuna, dispongo de trabajos adecuados para alguien como tú.

El tipo escribió algo en una hoja y se la tendió a Tomeu.

—Preséntate mañana a las seis en esta dirección y di que vas de mi parte —el dueño se le acercó tanto que podía verle claramente las pupilas azules y oler su aliento—. Quiero dejarte algo claro, antes de que te marches. A donde te envío estás sometido a prueba, la única condición que debes de cumplir es no hacer preguntas y obedecer sin rechistar. Si por lo que sea no cumples con el perfil…

Trazó un semicírculo a lo largo de su gaznate que dejó bastante clara la turbiedad de los asuntos en que se estaba metiendo Tomeu.

—¿Está claro?

—Sí, señor, pero es que… —a Tomeu le temblaba el labio—. Discúlpeme, pero no puedo decir que voy de su parte, ya que desconozco su nombre.

—Ah, sí, claro. Olvidaba que eras nuevo y no nos habían presentado todavía —dio una calada a aquel interminable habano y miró de nuevo a Tomeu—. Puedes referirte a mí como Don Guillermo. Aunque, entre nosotros, cuando yo no estoy delante sé que me llaman con un mote no tan amable. A lo mejor lo has oído: Willy, «el Monstruo».

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ALAS NEGRAS VI: DESTINO




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El tablón de destinos de la estación de autobuses no podía ser más críptico. Si ya de por sí, Harriet no tenía muy claro a dónde dirigirse, aquel galimatías no ayudaba en absoluto. Los libros de su madre no eran muy claros en la localización exacta del sitio, pero una cosa estaba clara debería de ir hacia el norte, la frontera con Francia. Sabía que aquella búsqueda no iba a ser fácil, podría tardar meses o, quizás, años en encontrar lo que andaba buscando, así que más le valdría ir buscando alguna fuente de ingresos cuando llegase a su destino.


Pensó con pena en Tomeu. Su idea había sido despedirse de él, pero no había tenido fuerzas. Y todo lo que había pasado, le había puesto las cosas más difíciles. Quizás era mejor así, que Tomeu le odiase y la olvidase. Era un buen tipo seguro que encontraba a alguien y conseguía ser feliz. Pero lo que le preocupaba sobre todo era el tema del trabajo en la discoteca. Esperaba que, a pesar de lo ocurrido, Tomeu recapacitase sobre sus palabras y le hiciese caso.


Al otro lado de la estación aparecieron unos tipos trajeados que Harriet conocía bien. Trabajaban para el Monstruo. Era increíble como en aquellos años su poder había crecido hasta extenderse por todo aquel barrio pobre.


Antes de que la vieran, cogió su macuto compuesto únicamente por una bolsa de aseo, una muda de ropa y los libros de su madre, y se dirigió a la taquilla dispuesta a comprar un billete cualquiera que le llevase al norte, lejos de aquel lugar, de las personas que conocía y quería, y lejos del Monstruo.



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sábado, 23 de julio de 2011

ALAS NEGRAS V: MAGIA

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«Hoy es el día y qué sea lo que Dios quiera» pensó Tomeu mientras se lavaba las manos en el baño del cine. El rostro que le miraba en el espejo destilaba desconfianza por todos lados pero era el único que tenía. Durante años había querido expresarle sus sentimientos y nunca hallaba el momento. El miedo siempre encontraba buenas excusas para evitar esa conversación incomoda. Pero hoy no, hoy apagaría todas las vocecitas de su cabeza y se tiraría a la piscina. Si salía mal, siempre podría echar marcha atrás y volver al mismo punto en que se encontraba ahora.

Pero, ¿cómo lo hacía? Había ensayado miles de millones de veces el escenario en su cabeza y nunca salía bien. O su discurso sonaba excesivamente cursi o demasiado brusco. Tal vez no debería de decir nada, sencillamente cogerla de la mano, aproximarse poco a poco, mirarla a los ojos y besarla sin más. ¡Dios! No paraba de sudar. «¿Y si me precipito demasiado y sin querer le lanzo un cabezazo?» No le dio tiempo a divagar más, ya que ahí estaba Harriet en la puerta del baño increpándole.

—Joder, Tomeu, como tardas, hijo. Anda no te retoques tanto el rímel, que total aunque la mona se vista de seda en mona se queda.

—No… no estaba retocándome… —tartamudeó Tomeu bastante nervioso.

—Ya lo sé, idiota. Sólo estaba picándote como siempre. Hoy estás un poco espesito ¿no? La verdad que te noto serio.

«¡Mierda! Tengo que mostrar una cara amable o si no notará mis temores y lo echaré todo a perder» pensó Tomeu mientras ampliaba su sonrisa todo lo que podía.

—Vale, ya no te noto serio. Pero ahora parece que quieres matar a Batman —dijo Harriet mientras se deshacía en risas y le pasaba el brazo por el hombro a su amigo—. De todos modos no me extraña que estés así. ¡Vaya mierda de película, tío! Lo único que me gustó fue el tatuaje de la chica. ¿Te fijaste? Las dos alas negras en la espalda.

Tomeu no había prestado ni una décima de segundo de atención a la película. Se la había pasado enterita dándole vueltas al asunto que se traía entre manos. Aunque sí que le había llamado la atención el tatuaje en cuestión.

—Sí que me fijé. Pero era un poco excesivo. No sé, a mí no me va demasiado ese rollo. Dejarte un dibujo ahí para toda la vida, mancharte el cuerpo. Al principio puede que te haga gracia pero seguro que luego te cansas y quitártelo cuesta como el doble.

—Sin duda recitas como un loro algo que habrán dicho tus padres sobre el tema —replicó Harriet la cual volvía a chotearse de su amigo—. Un tatuaje es algo más que eso, es un modo de expresión artística. Yo no me tatuaría cualquier dibujo por muy bonito que fuese, tendría que ser algo que me representase, con lo que me sintiese identificada. De hecho, hoy creo que por fin he encontrado el que quiero, ¡hazte a la idea que esas dos alas van a acabar plasmadas en el lienzo que es mi espalda!

—No recito como un loro—dijo Tomeu, consciente de que sí que recitaba como un loro—. Además no es sólo eso. Hay que pensar también en cuestiones de salud. A saber si las agujas que usan en esos tugurios están correctamente desinfectadas, que hoy en día no te puedes fiar de nadie.

Harriet soltó una carcajada.

—Nada, si te vas a quedar más tranquilo, llevaré un preservativo puesto en el índice mientras me perfilan las alas— dijo Harriet al tiempo que le tapaba los labios con un dedo—. Para mí esto es importante. ¿Cómo explicártelo para que lo entiendas? ¿Tú crees en la magia, Tomeu?

No sabía que decirle. A su amiga siempre le había gustado el misticismo y todo lo paranormal. De hecho de pequeños siempre le arrastraba a ver películas de terror que luego le dejaban en vela toda la noche. Una vez incluso le convenció para que jugaran con una güija que pertenecía a la madre de Harriet. Tomeu estaba seguro que no les había hablado ningún espíritu y que todo había sido una tomadura de pelo de su compañera de trastadas. No obstante, Harriet consiguió que estuviera dos semanas casi sin pegar ojo.

—Imagino que no te refieres a la magia del Gran Tamarit. —dijo Tomeu con una sonrisa franca en sus labios—. No sé, Harriet, ya me conoces, soy de naturaleza más bien escéptica.

—Escéptica ¿eh? Pues hay que creer en algo, amigo—dijo Harriet mientras le daba unos golpecitos en la frente—. He estado leyendo libros antiguos de mi madre y en ellos hablan de la magia. De cómo existe realmente, sólo que nos hemos olvidado que está ahí. Le hemos cambiado el nombre quizás, la llamamos arte. ¿Cómo se explica si no que una canción pueda despertar los sentimientos más profundos de una persona? ¿O qué mediante un relato, un escritor sea capaz de crear todo un mundo en su mente y trasladarlo a la cabeza de un lector?

»Lo mismo ocurre con los dibujos. A veces sencillamente evocan la misma imagen en sí. Pero cuando realmente son poderosos es cuando representan una idea. Si están bien hechos, su verdadera naturaleza nos golpea en la cabeza, vemos la idea y, lo que es más importante, creemos en ella. Imagínate pues, el infinito poder que tiene un dibujo impreso directamente en la piel de una persona. Un tatuaje.

Tomeu se había perdido a mitad de discurso. Veía que la conversación transcurría por derroteros que le situaban a kilómetros de dónde quería estar realmente.

—Yo… yo… yo sí creo en algo. Creo en nosotros.

La cara de Harriet cambió, frunció el ceño y su expresión mostró extrañeza. Aquel rostro angustió aún más a Tomeu, que daba la situación por pérdida, pero una vez llegados a ese punto tenía que continuar o nunca se lo perdonaría.

—¿Qué? —dijo Harriet antes de que Tomeu volviese a la carga.

—Quiero… quiero decirte algo Harriet. Llevo ya tiempo dándole vueltas a una cosa —tragó saliva y prosiguió—: Nos conocemos de hace mucho tiempo ¿verdad? Y yo nunca te he dicho lo especial que eres para mí.

Tomeu volvió a pensar en su idea de hablar menos y actuar más, buscar contacto físico. Pero su cuerpo acartonado no le respondía.

—Yo también te aprecio, tonto. Pero no entiendo a qué viene todo esto ahora. Los amigos de verdad no tienen que decirlo, es una especie de pacto no escrito que evita situaciones embarazosas como ésta.

Tragó mucha más saliva de la que podía tragar. «¿Amigos? ¡Mátame, camión! Estoy perdido». Pero, aún así le había dicho que le apreciaba, quizás tenía una pequeña esperanza. Aunque tuviera una posibilidad del cero coma muchos ceros y un uno, merecía la pena intentarlo por Harriet.

—No me refería a eso. Yo quiero que seamos algo más que amigos. Sé que todos los tíos con los que has estado se han portado fatal contigo, pero yo te prometo que no seré así. Yo sólo quiero que seas feliz. ¿Quieres salir conmigo?

Se arrepintió de aquella última frase justo momentos antes de que escapara de su boca sin remedio. Pesaba como una enorme losa e impregnaba todo el espacio de un silencio incomodo

—Lo siento, Tomeu, yo no veo las cosas igual. Te quiero mucho, pero no de ese modo.

Más silencio. Más del que cabía en aquellas calles.

—¿Y no podríamos…?

—No, Tomeu, no —interrumpió Harriet—. Yo estropeo cada relación, sé que es un tópico pero es así, estoy rota y soy incapaz de implicarme. No podría perdonarme hacerte daño de ese modo.

—Vaya…yo… —Tomeu no tragó más saliva, tenía la boca seca—. Pues definitivamente no voy a viajar nunca en el tiempo en un Delorian.

—¿¡Cómo!?

—Siempre pensé que si metía la pata de este modo contigo dedicaría el resto de mi vida a construir un condensador de fluzo para poder viajar justo antes de este momento y advertirme que no lo hiciera. Pero mi yo del futuro parece haberse quedado atascado en su línea temporal —dijo Tomeu mientras le guiñaba un ojo. A través del rostro serio y preocupado de Harriet se escapó una media sonrisa—. ¿Podemos seguir como antes? ¿Podemos seguir siendo amigos?

Harriet frunció de nuevo el ceño. Estudió los ojos preocupados de Tomeu y se tomó su tiempo para darle una respuesta.

—No, lo siento. Esto lo cambia todo. Creo que debemos distanciarnos, es lo mejor.

El sonido de aquellas palabras le aplastó como un tanque que pasa por encima de una lata. Sus pulmones no tenían espacio para más aire y su corazón luchaba con frenesí por salírsele por la boca.

—¿Estarás bien? —dijo Harriet.

—Sí… sí. —mintió Tomeu—. Al mes que viene empiezo en un nuevo curro, en la discoteca del barrio como portero. Supongo que me ayudará a mantener la cabeza ocupada en otras cosas. Y además seguro que conoceré muchas chicas, je.

El rostro de Harriet mostró preocupación por su viejo compañero de fatigas. Como si realmente temiese por él, cosa que a Tomeu le había quedado claro que no podía ser.

—No deberías trabajar de eso, ni allí. Tú vales mucho más. Prométeme que buscarás otra cosa, algo mejor y lejos de este barrio inmundo.

—De.. de acuerdo— aquella promesa era papel mojado. Tomeu no conocía más que aquellas calles y no tenía recursos para buscar otra cosa. Pero negársela a Harriet habría supuesto alargar aquello más de lo necesario y de lo único que tenía ganas ahora era de ir corriendo a su casa a esperar que acabase aquel día de mierda.

—Bueno, debo irme, Tomeu. Cuídate, ¿vale? —dijo Harriet mientras le cogía de la mano y le plantaba un beso en la mejilla.

—Adiós. —contestó un Tomeu en estado catatónico.

Harriet se perdió a toda prisa por las calles mientras Tomeu se quedó allí. Si esto fuera una película, habría comenzado a llover. Si esto fuera una película, encontraría un modo de arreglarlo todo y volverían a estar juntos. Pero esto no era una película, era la vida real y un sol como un limón lucía en el horizonte.


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