viernes, 29 de julio de 2011

ALAS NEGRAS VIII: BLACK CELEBRATION

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El local de los tatuajes se llamaba Black Celebration. «Como la canción de los Depeche Mode, el grupo preferido de Tomeu» pensó Harriet la primera vez que lo vio. Se sintió rara con este pensamiento, demasiado tiempo sin acordarse de él. Recordaba que al principio lo echaba mucho de menos, notaba el hueco donde no estaba del mismo que un manco se acuerda de su brazo. Pero con el tiempo te acostumbras al vacío que dejan las cosas que ya no están y olvidas que una vez estuvieron allí.

Se miró en un espejo, sin duda Tomeu no la reconocería ya. Toda esa máscara de piercings que llevaba en su adolescencia había desaparecido por completo sacando a la luz un desafiante rostro cubierto de pecas. Por no hablar de su pelo, había dejado de odiarlo y maltratarlo, el bote de tinte rubio platino había terminado en el cubo de la basura para siempre y ahora lucía una larga melena con su castaño natural, en contraste con aquellos trasquilones mal cortados que llevaba antes.

Lady Verona, la dueña de aquel antro, hizo acto de presencia sacándola de sus ensoñaciones.

—Hola, niña, veo que estás de vuelta. ¿Trajiste el dinero?

Harriet sacó una bolsa en la que estaban todos sus ahorros de estos últimos años. Se los iba a pulir todos en el tatuaje, pero no importaba. Aquella mujer mayor de piel oscura, era la persona que había estado buscando estos cinco últimos años. Era la que le ayudaría a cumplir su venganza.

—Ya veo. —La mujer mostró su desdentada sonrisa como muestra de satisfacción—. Antes de proceder, debo advertirte de las posibles consecuencias negativas.

—Puedes ahorrarte la charla sobre higiene y cuidado del tatuaje, estoy bastante al tanto de esos temas.

—Vaya con la zorra insolente sabelotodo —dijo Lady Verona—. No me refería a eso. Lo que has pedido implica dos pagos, uno conmigo que ya lo has hecho. Y otro con las fuerzas oscuras que debo desatar para llevarlo a cabo. Con éstas no te valdrán ni mil mochilas como ésa. Para ellas esos papeles son sólo papeles. Ellas sólo admitirán tu dolor como moneda de cambio. Y no me refiero al causado por la innumerable cantidad de pinchazos que he de llevar a cabo para plasmar el dibujo.

Harriet había leído sobre ello en los libros de su madre. Esos seres demoniacos de los que hablaba se nutrían de un dolor más exquisito que el físico. Se dedicaban a destrozar tu alma por dentro, devorándola y desgarrándola con heridas que jamás pueden sanar. Era un dolor capaz de hacerte perder la cabeza en la locura para siempre.

—Y supongo que no habrá otra forma.

—¡Oh, querida niña! Ahora no sé si pareces ingenua o estúpida —contestó Lady Verona mostrando de nuevo su espantosa sonrisa—. Has solicitado magia, cariño. Y la magia no la concede el Dios benevolente que lo creo todo. No, Él impuso unas normas a este universo y han de cumplirse a rajatabla. Si quieres saltártelas, si quieres hacer trampa, si quieres magia, con quien debes de hablar es con el Otro, con el que se esconde en las sombras. Y creo que eres lo suficientemente lista para saber lo que implica.

»Por supuesto, puedes arrepentirte de esto en cualquier momento antes de que empecemos. No hay ningún problema, puedes salir por la misma puerta que has entrado. Pero, eso sí, el dinero se queda a este lado.

—Lo entiendo, Verona, estoy decidida.

La dueña soltó la carcajada más espeluznante que pudo salir de aquella boca mellada.

—No, no lo entiendes. Pero lo entenderás. Te contaré una historia para que, con suerte, atisbes una pizca de la realidad en que te estás metiendo. —Aquella bruja se sentó y dio un sorbo a una taza de té—. Hará mucho tiempo, vino a visitarme una joven de aspecto muy similar al tuyo. Os diferenciabais quizás en vuestros sueños. Tú tienes sueños oscuros de un invierno vengativo que castigue tus victimas. Aquélla sólo portaba sueños brillantes y luminosos de un verano de melodías y canciones. Ella suspiraba por ser artista, la música era su vida, y para ello había llevado un camino de esfuerzos y sacrificios. Se había matriculado en las más prestigiosas academias musicales del país, superando un curso tras otros con las mejores notas. A nivel técnico aquella chica era la perfección hecha cantante. Sin embargo, algo fallaba. Cuando subía al escenario y cantaba era incapaz de transmitir ningún sentimiento. Le habían dicho que no se preocupase, que aquello era normal y le pasaba a mucha gente. El saber expresar las emociones en lo que se canta era algo que te tenía que nacer de aquí dentro —Verona se señaló el pecho—, un don que o se poseía o no, pero que de ningún modo podía ser enseñado.

»Podía haber optado por la enseñanza, cualquier academia habría aceptado gustosa tener a alguien con sus conocimientos en plantilla, pero ella prefirió perseguir su sueño imposible. Y fue así como investigando, encontró que había una manera de saltarse sus limitaciones mortales y poder cantar como los ángeles. Con la ayuda de un sencillo tatuaje, con la ayuda de la magia.

Verona dio un largo sorbo a la taza antes de continuar.

—Yo le expuse un discurso similar al que te he expuesto a ti hoy. Le dije que una vez impreso el dibujo en su piel, las fuerzas oscuras que había invocado expresarían su voluntad a través de mi boca y le pondrían sus condiciones. También le insistí en que, probablemente, los beneficios del pacto no durarían para siempre y que después sólo le esperaría el mayor de los dolores. Pero ella, joven y arrogante, ignoró todos los inconvenientes y se tendió en aquella misma camilla dispuesta a ser tatuada. Como os pasa a todos los jóvenes, no sois capaces de imaginar un dolor más intenso que la frustración de no conseguir lo que se quiere.

»Así pues realicé mi trabajo, uno más sencillo que el que tú me pides. Y una vez terminado, tal y como le advertí, las entidades tenebrosas que habíamos despertado hablaron por mi boca exigiéndole sus términos. A partir de aquel momento, la voz de aquella niña podría hacernos sentir amor, tristeza o alegría a su antojo con sólo entonar una canción. Pero llegaría un día en que ella se enamoraría de un monstruo y, a partir de entonces, sus labios se irían silenciando cada vez más hasta quedar mudos para siempre.

Verona hizo una larga pausa mirando con curiosidad el rostro de Harriet que estaba adquiriendo un tono cada vez más palido.

—La muchacha se burló de aquellas amenazas, aseguró que ella no iba a enamorarse nunca y menos de un monstruo. El mundo estaba lleno de hombres hermosos con los que yacer como para perder el tiempo y quedarse con uno sólo y feo además. Y así de ese modo se marchó silbando una canción bastante alegre —Verona apuró la taza—. Esta historia es mi regalo, por desgracia es un regalo incompleto ya que desconozco el final. Alguna vez me he preguntado si un día vendría alguien por aquí y me contaría cómo acabo aquella chica arrogante. Si era cierto que tenía un corazón de hielo y pudo seguir cantando sin temor ya que jamás sintió amor. O si se equivocó y tuvo como destino la peor de las desdichas. No lo sé, supongo que sólo lo sabrán ella y, tal vez, aquel bebé que se gestaba en su vientre sin que la muchacha fuera consciente.

Harriet, más pálida que nunca, se replanteó la situación. Estuvo tentada de marchar pero no pudo, toda su vida le había llevado a ese punto, la decisión estaba tomada desde hacía mucho. Se desprendió de la camiseta y se tumbó en la camilla. Verona dejó la taza en la mesa y, en el mayor de los silencios, procedió a iniciar su obra maldita.

Quizás serían imaginaciones suyas, o el efecto de la magia, pero a Harriet aquellas dos alas negras le estaban escociendo como el fuego de los infiernos ¡y eso que todavía no había empezado con la máquina de las agujas! Cerró los ojos, apretó los dientes y se preguntó si su madre se sintió del mismo modo cuando floreció aquella rosa negra que siempre manchaba su hombro derecho.

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