domingo, 24 de julio de 2011

ALAS NEGRAS VII: MADEJA DESHECHA



Si es la primera vez que lees algo de esto, pulsa aquí para ir al comienzo.

La gente dice que hay personas que nacen para estar juntos, sus vidas se tropiezan en algún punto y se entrelazan de un modo que lo más fácil es no deshacer los nudos nunca y seguir así. No era el caso de Tomeu y Harriet. La madeja se había deshecho y ahora cada uno marchaba por su lado. Después de aquella funesta tarde vino la noche más larga de Tomeu. Dándole vueltas al asunto decidió plantarse en su casa y luchar por su amistad con Harriet, no obstante, cuando llegó ella no estaba. En su lugar encontró su tía, la cual renegaba que la golfa de su sobrina había pasado la noche fuera y ella no sabía nada de su paradero. Los demonios de los celos se llevaron a Tomeu. No obstante, al día siguiente, volvió a pasar por allí. Pero el recibimiento de la tía fue tan hostil que se le quitaron las ganas de, como pensaba hacer en un principio, repetir la jugada cada día hasta que su amiga diese señales de vida. Decidió quedar a la espera. Pero los días pasaron y a Tomeu le carcomía la impaciencia, así que se armó de valor y volvió a tocar a su puerta. Esta vez la tía se desquitó de lo lindo sobre su sobrina. Dijo que a unos conocidos les había parecido verla en la estación de autobuses y que sin duda ahora estaría drogada en una esquina de vete a saber dónde. Pero que por ella genial, como si la diñaba por sobredosis, total para el caso que les hacía a ella y a su hermana. Tomeu se despidió no sin antes pedirle que por favor le avisase cuando supiese algo de Harriet. El bufido que obtuvo por respuesta no le dio muchas esperanzas, pero no tenía más. Antes veía a Harriet todos los días, ahora sólo quedaba un vacío enorme sin explicación ante el que no podía hacer nada.

Millones de pensamientos sobre el tema asaltaban la torturada mente de Tomeu. Sentía ira, porque se había marchado sin avisar. Impotencia, por no poder hacer nada. Y miedo, por si había sido por su culpa o le había pasado algo.

—Perrrdona… peeero esssa chica que hasss deja ¡hic! do entrar ha llegado despuésss que yo.

A toda esta pena y agobio se sumó el nuevo trabajo en la discoteca. Era un asco. Soportar las increpaciones y el aliento de los borrachos que querían entrar no calmaba los nervios de Tomeu. Lo mejor era tratar de ignorarlos.

—¡Eh! ¡Capullo! Te essstoy hablando a ti —dijo aquel lamentable personaje mientras apuntaba con su dedo a Tomeu—. ¡Bah! No merecesss la pena, ¡memo!

El tipo se dio la vuelta y pareció retirarse. Pero en el último momento se lo debió pensar dos veces, se giró y escupió en toda la cara a Tomeu. Un rastro de apestosa saliva le colgaba desde la ceja hasta el ojo.

—Jua, ja, ja, ja, ja. ¡Mírate, dasss pena, tío!

Tomeu tuvo la sensación de que la correa de un perro furioso se le había escapado de las manos, haciéndose éste con el control de sus actos. Cogió al impertinente borracho del brazo y lo arrastró hacia el callejón. Allí expulsó toda la ira y la tensión de aquellos últimos días en forma de puños. El tipo le suplicó a gritos que parara, que era una broma y no sé qué más. Pero Tomeu no escuchaba, el sólo quería cobrarse toda su mala suerte golpeando a aquel pobre desgraciado.

En un último momento, Tomeu recobró el sentido y vio al borrachuzo en el suelo, hecho un guiñapo, con toda la cara amoratada y gimiendo de dolor. ¿Qué leches estaba haciendo? Él no era un tipo violento, era incapaz de hacer daño a una mosca. Si lo habían cogido para el puesto era gracias a que la genética le había obsequiado con una constitución grandota que intimidaba, pero jamás había usado la fuerza física contra nadie.

Se giró asustado y observó que tenía una audiencia de cuatro personas, dos de los camareros, el otro segurata de la puerta y el dueño del local. Los cuatro le miraban alucinados de lo que acababa de hacer. «¡Mierda! ¡Ahora sí que la he cagado de verdad! » pensó Tomeu. El jefe se dirigió a uno de los camareros:

—Encárgate de esto. Vosotros dos volved al local, ¡y aquí no ha pasado nada! —dirigió la mirada a Tomeu— En cuanto a ti, ven conmigo.

En silencio y sin rechistar Tomeu acompañó a aquel tipo trajeado que dirigía el cotarro a la parte superior del local donde se encontraban unos despachos que no había visto antes. Probablemente iba a llamar a la poli, pero a Tomeu no le importaba, había hecho algo muy grave y asumiría las consecuencias.

—Siéntate, por favor. —dijo mientras él mismo tomaba asiento.

Aquel tipo intimidaba, era de unos cuarenta y largos, pero a pesar de todo combinaba un cierto magnetismo que te hacía obedecer sin dudar. Tomeu tomó asiento, mientras aquel personaje se encendía un puro y guardaba silencio.

—Menuda has armado ahí afuera, chaval. Menos mal que no había clientes viéndolo si no estarías frito y no podría hacer nada por ti. —hizo una pausa para dar una calada y continuó—. No te preocupes por el beodo aquél, no volverás a verle el pelo. No obstante, como entenderás, no puedo tenerte empleado aquí más tiempo.

Tomeu respiró aliviado, es cierto que le hacía falta el trabajo y la pasta, pero se había librado de una buena.

—Gracias, señor, yo…

—No te embales, chaval, que esto no es gratis. Como te decía, no puedo seguir teniéndote aquí de portero. Hoy en día, por desgracia, está muy mal visto dar palizas a indeseables como aquel animal que dejaste ensangrentado en la acera —el jefe se repantigó hacia atrás en el sillón y estiró los brazos—. Sin embargo tienes cualidades y, para tu suerte y fortuna, dispongo de trabajos adecuados para alguien como tú.

El tipo escribió algo en una hoja y se la tendió a Tomeu.

—Preséntate mañana a las seis en esta dirección y di que vas de mi parte —el dueño se le acercó tanto que podía verle claramente las pupilas azules y oler su aliento—. Quiero dejarte algo claro, antes de que te marches. A donde te envío estás sometido a prueba, la única condición que debes de cumplir es no hacer preguntas y obedecer sin rechistar. Si por lo que sea no cumples con el perfil…

Trazó un semicírculo a lo largo de su gaznate que dejó bastante clara la turbiedad de los asuntos en que se estaba metiendo Tomeu.

—¿Está claro?

—Sí, señor, pero es que… —a Tomeu le temblaba el labio—. Discúlpeme, pero no puedo decir que voy de su parte, ya que desconozco su nombre.

—Ah, sí, claro. Olvidaba que eras nuevo y no nos habían presentado todavía —dio una calada a aquel interminable habano y miró de nuevo a Tomeu—. Puedes referirte a mí como Don Guillermo. Aunque, entre nosotros, cuando yo no estoy delante sé que me llaman con un mote no tan amable. A lo mejor lo has oído: Willy, «el Monstruo».

Pulsa aquí para ir a la anterior entrada.


Pulsa aquí para continuar.

No hay comentarios: